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YO CUIDO DE ELLA, Y ELLA NOS PROVEE

Por: Darío Fernando Enríquez
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La primera vez que ingresé a esta reserva, me llevé una gran sorpresa, no sólo por su belleza sino por la "lejanía" a la que se encuentra. Generalmente, un residente de Pasto sólo conoce hasta la Vereda El Puerto y los hoteles más famosos que se ubican cerca.

Pero cuando hay que desviarse por el lado Este de la Laguna de La Cocha, el verdadero paisaje empieza a emerger; compuesto por la naturaleza, la arquitectura campesina, coloridos cultivos y las personas que lo habitan. Mientras más se avanza por el destapado camino, mejores ángulos y contextos de la laguna se encuentran.

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Después de recorrer alrededor de ocho kilómetros por esta vía, entre el espeso follaje aparece un pequeño letrero: Reserva Natural El Búho. Para ingresar a la reserva, hay que subir una corta pendiente entre la montaña, mientras se asciende, los sentidos capturan diferentes sensaciones. Se respira aire puro combinado con un aroma húmedo proveniente del bosque
secundario, numerosos pájaros cantan entre las ramas de los árboles y el viento que sopla de un lado a otro entre los altos alisos, estremecen los oídos.

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Ya arriba, una humilde pero florida casa cautiva mi mirada. Es una construcción levantada en adobe y tapia pisada, recubierta con teja de barro. A su alrededor, la adornan flores de todo tipo con profusos colores: geranios rojos, amarillos, vicundos, floripondos, "chilindrinas", margaritas, dalias y muchas otras especies más.


Los intensos rayos del sol se filtran entre el desgastado tejado, para esta reserva hoy (domingo) es un día de descanso y unión familiar. Desde la entrada del lugar se percibe el olor a leña carbonizándose. Tan pronto saludo a doña Rosa, se siente el calor y acogimiento de ella y su familia.


Una vez adentro, la arquitectura rural no varía mucho. En una misma área se ubica la cocina-comedor; en una esquina un gran fogón que con el paso de los años ha permeado de hollín la pared blanca; un pequeño comedor con un mantel de plástico con flores amarillas y pinceladas blancas; un mesón moderno con cerámica blanca y flores azules y una nevera
moderna de tamaño mediano, contrasta finamente con el resto de este espacio. Tierra que Provee: Crónicas foto-documentales para hacer visible los procesos de producción sustentable.


Mientras hablamos de temas varios con doña Rosa (madre cabeza de familia), se integra su padre, don Epaminondas, con particular nombre, él relata con orgullo que sus padres lo bautizaron así porque Epaminondas fue “un personaje griego importante”. Es de destacar su particular sonrisa duchenne que siempre mantiene en su rostro cuando habla. Al lado del fogón está su madre, doña María Seferina, quien con su ternura cuida de la preparación de los alimentos.

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Poniendo en contexto, la reserva se remonta a los años 50's cuando María Seferina, madre de Rosa Miriam, sale de Cabrera para asentarse en La Vereda El Romerillo, siempre dedicada a labrar la tierra desde pequeña. Sin embargo, no pudo completar la escuela, ya que su padre, no la dejó. A cambio, se formó como una fiel trabajadora del campo.


En este lugar concibió a su familia junto a su esposo Epaminondas, tuvo seis hijos, pero de esos seis hijos, sólo Rosa Miriam se quedó en el hogar. El resto salió hacia la ciudad en busca de nuevas oportunidades, otros vendieron parte de la herencia, pero sólo Rosa Miriam se apropió del conocimiento rural.


En 1975 Rosa salió parcialmente de su casa, tuvo que vivir en Casapamba debido a que en El Romerillo no había escuela, así que regresaba donde sus padres cada fin de semana. Una enseñanza que Rosa siempre recuerda de su padre es "no hay que sembrar desde abajo, hay que hacerlo desde arriba", con el fin de no dañar el terreno. 


En 1980 se inicia la construcción de la carretera, lo que trajo como consecuencia que muchas de las reservas se descuidaran, incluida la suya, pero también, esto impulsó el trabajo comunitario. Las mujeres se reunían en casas cercanas o en El Encano, para darles de comer a los trabajadores de esta importante obra (muchos de ellos campesinos) a modo de fogón comunitario. Esta unión trajo consigo que más adelante se fundarán las diferentes organizaciones con el objetivo de conservar y promover la soberanía alimentaria en los habitantes. 


Consecuencia de esto, en 1986 aparecen las primeras organizaciones comunitarias formales, tal es el caso de CAPACA, organización cuya finalidad era capacitar a las comunidades de pequeños productores rurales para apoyarlas, en su comienzo, hacia la gestión comunitaria de su propio desarrollo socioeconómico. De ese modo, unos años más
tarde se gestionaría lo que hoy se conoce como Asoyarcocha. Desde la aparición de estas primeras organizaciones, Rosa Miram siempre estuvo involucrada en estos procesos como socia activa. 


En 1991, CAPACA cambia su razón social a lo que actualmente se conoce como Asoyarcocha, organización dedicada a promover la agroecología y recuperación de ecosistemas. Para tal fin, extranjeros vinieron a capacitar a la comunidad para apropiar en ellos la importancia de mantener estos agroecosistemas. Es aquí cuando nace la primera idea de Reservas como tal. En este mismo año, es fundada oficialmente la Reserva Natural El Búho.

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Fuera de ese pequeño paréntesis, más adelante, doña María Seferina me invita a que la acompañe por sus cultivos. Doña María es una mujer con setenta y nueve años de edad, en sus manos se puede observar unas manos esculpidas por el trabajo; contextura gruesa y un sin número de cayos. Es la perfecta representación del trabajo duro.


Mientras me indica los diferentes cultivos: papa, aromáticas, plantas medicinales, frutales y demás. Se distingue la pasión y satisfacción en su hablar de los diferentes cultivos obtenidos, ellos son producto del cuidado y amor por la tierra. En tanto me habla de ellos, repentinamente recuerda uno de los métodos de labranza tradicionales: “antes, solo las mujeres podían sembrar, se vestían con un atuendo rojo: blusa roja, faja roja y un follaje rojo, al mismo tiempo que recitaban a San Ignacio y San Isidro… esto se hacía por la fertilidad de las mujeres, al ser fértiles las mujeres, las semillas germinarían más
rápidamente.” Al terminar el recorrido por sus tierras, me resalta que la mejor época para sembrar es cuando hay luna llena.


Bajamos hacia el altar ubicado al costado izquierdo de la casa y, como niño en juguetería, me indica las diversas semillas que tiene resguardadas: papa tornilla roja, negra, papa mambera, papa cacho de buey, papa curiquinga, habas de todos los colores y muchas otras especies más... Una vez me enseña todos los ejemplares, me convida nuevamente a seguir a su casa para tomar la merienda. Un delicioso café recién colado con arepas de harina caseras. De esa manera culmina ese día, siempre con la invitación vigente de continuar visitándolos.

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Pasada una semana, regreso a la reserva, la sensación de llegada es la misma; calurosa, agradable, como en casa.  En esta ocasión, ingreso a ver la producción artesanal de bebidas alcohólicas que elabora Rosa Miriam, no sin antes pasar por el mirador Sunyuwaira, que en su traducción más próxima significa “el mirador del viento”. Localizado al borde de la montaña, su estructura está hecha a partir de madera de pino colombiano, se asemeja mucho a una maloka. La vista desde aquí es excepcional hacia la laguna.


Después de contemplar la tranquilidad del paisaje por unos minutos, ingreso a la sala de invitados, una sala completamente diferente al resto de la casa, ya que surge como una extensión de la vivienda en sí, por tal motivo es construida con madera. Un aspecto que caracteriza a este espacio es la gran cantidad de atrapasueños colgados en las paredes, logré contar más de veinte, en donde el más grande mide alrededor de un metro. Todos ellos son elaborados a mano por María Paula, su hija del medio que no reside en la reserva. Al lado derecho de esta construcción se ubica un bifé de madera, en la parte superior hay libros un par de libros marcados por el pasar de los años: descoloridos, con páginas amarillas y un leve olor a moho. La gran mayoría de estos textos hacen referencia a investigaciones botánicas, biología y cuentos de la cultura popular. Pero lo realmente interesante está cuando se inclina la vista hacia el interior de este mueble, pues en su parte baja se halla barriles y canecas de plástico, con una capacidad de cinco galones aproximadamente. Al principio pensé que eran reservorios de agua, no alcancé si quiera a realizar la pregunta cuando Rosa me explicó que en estos botellones fermenta frutas silvestres o comunes para convertirlas en bebidas alcohólicas artesanales que, posteriormente cuando alcanzan su nivel de fermentación adecuado, los denomina “vinos”.


La técnica para la elaboración de estas bebidas la aprendió en el año 2001 en las capacitaciones que ofrecía Yardex a la comunidad, principalmente a mujeres. Yardex fue un apoyo extranjero (canadiense) que ayudó a estructurar la Minga Asoyarcocha, lo hizo mediante apoyo económico, pero principalmente mediante capacitaciones a la comunidad,
abordando temas importantes como la sostenibilidad y la soberanía alimentaria.


Claro está, ese día no podía salir sin probar un trago de estos "vinos". El primero que me hizo degustar fue el de motilón, el resultado de esta bebida es un líquido de color oscuro, que al oler, denota un aroma cítrico, y claro, su sabor también lo es, pero además se conjuga muy bien con un leve sabor a tierra, eso sí, la carga alcohólica parece tener más de 15º. Por
otro lado, el "vino de charmolán" tiene un sabor más concentrado a tierra, es más aromático, la acidez persiste, pero, una vez se pasa el último bocado, deja en las papilas gustativas un leve sabor a uva bonarda.

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En las siguientes visitas a la reserva, la cotidianidad no variaba mucho: doña María Seferina recorre sus tierras, verifica que todo esté en orden, acomoda los plásticos para ahuyentar las pavas, cosecha uno que otro tubérculo, fruto o vegetal para el almuerzo y alista los productos que serán vendidos por su hija (Rosa Miriam) en el mercado de Los Dos Puentes los días sábados, y uno que otro será destinado al mercado orgánico La Tulpa.


Esta rutina no varió por un par de meses. Sin embargo, la última vez que visité este acogedor lugar, algo cambió.


En esta ocasión, acompañé a María Seferina a cosechar los productos de la chagra que se ubica en la parte alta del predio. Para llegar allí hay que caminar un estrecho camino, el cual un ochenta por ciento de las veces está cubierto de lodo y suele ser resbaladizo. A sus casi ochenta años de edad, ella goza de gran vitalidad, y en ocasiones es difícil seguirle el paso en terrenos inclinados. Una vez arriba, el viento sopla fuerte entre los árboles, con su peinilla abre camino entre las ramas y empieza a cosechar. Su joroba, parece biológicamente adaptada a la labor del campo, recoge con facilidad los tubérculos madurados de la tierra, mientras lo hace, su cándida sonrisa se mezcla con el oficio, lo que hace más especial la
cosecha. No sólo se extrae productos de la tierra, se compone el factor humano con la naturaleza a la perfección. "Yo cuido de ella, y ella nos provee", expresa María Seferina al terminar el día.

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La Reserva Natural El Búho, pese a las dificultades que tuvo en el pasado, debido al conflicto armado y algunos inconvenientes de política pública en la actualidad, es un vivo ejemplo de la fortaleza de las familias campesinas. La familia se mantiene en pie, Rosa Miriam continua en el trabajo de consolidar mejor la reserva, apropiando de este valioso conocimiento a sus hijos, dándoles a entender que labrar la tierra es tan importante como lo es la medicina.

 

Nosotros los citadinos, dependemos netamente de las manos como las de María Seferina o Rosa Miriam para alimentarnos, es por ello que se debe impulsar este tipo de proyectos. 


En ese sentido, requieren apoyo (económico esencialmente) para el mejoramiento de su infraestructura, vial principalmente. Así como El Búho, otras reservas sueñan con tener un corredor biológico, donde los participantes se empapen más acerca de la agroecología, alimentos sanos y el buen vivir. Estos lugares son privilegiados.​


La Red de Reservas Naturales de La Cocha, a la cual El Búho pertenece, posee una gran cantidad de recursos genéticos; especies de tubérculos, frutas, legumbres, entre otros... que si no se mantienen por medio del tejido social y proyectos comunitarios, en un futuro estaremos sometidos a las semillas que grandes corporaciones implementarán en nuestra dieta, dando como resultado alimentos de mala calidad y, peor aún, afectando directamente la soberanía alimentaria de los pueblos, afectando directamente su derecho a la alimentación.

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